ARTÍCULO: "CINCO PELÍCULAS CON EL SENTIMIENTO ÚNICO DEL ROMANCE JAPONÉS" BY HIKARI

CINCO PELÍCULAS CON EL SENTIMIENTO ÚNICO DEL ROMANCE JAPONÉS

  Probablemente muchos sientan que el concepto “romance japonés” está uniendo dos términos, “romance” y “japonés”, que no acaban de encajar bien juntos. A menudo se acusa a los japoneses de tener una cultura demasiado reservada, o demasiado fría y ciertamente tienden a seguir una lógica comunicativa que invita a expresar el amor de manera indirecta, siguiendo sus propios códigos y sus propias reglas, o apoyándose en hechos de naturaleza sutil más que en palabras. El poeta Ki No Tsurayaki escribió una vez: “Para el espectador distante, ellos están hablando de los capullos en flor, pero, pese a las apariencias, en lo más profundo de su corazón, están pensando en cosas muy diferentes”. No le faltaba razón. Esta pequeña selección de películas está pensada con la idea de cumplir dos objetivos: el de invitarnos a disfrutar del hermoso paisaje y el de intentar acercarnos un poco más a lo que se esconde en lo profundo de esos corazones. 

LOVE LETTER (1995) 



Hiroko (Miho Nakayama) perdió a su prometido Itsuki en un accidente de montañismo. El día de su ceremonia conmemorativa, dos años después de su muerte, Hiroko descubre el anuario de la escuela secundaria de Itsuki en la que figura su antigua dirección familiar. Aunque su prometido falleció y la familia le informa de que esa casa ya no existe, decide enviarle una carta. Sorprendentemente recibe respuesta.
 

Probablemente uno de los planteamientos que mejor definen la filmografía japonesa es el de significar el propio amor bajo la premisa de la “creación de recuerdos”.  Esta perspectiva romántica de la memoria suele ir mucho más allá de nuestra lógica común de recordar o valorar los momentos de felicidad compartida, para aludir a la necesaria construcción de un relato personal de carácter íntimo que sería capaz de justificar por sí solo nuestra presencia en el mundo. Dar valor a una vida en función de los recuerdos puede resultar un poco deprimente, pero bien argumentado resulta comprensible. Menos idílica nos suele parecer la perspectiva de poner en valor unos sentimientos de los que no se tuvo constancia en su momento. En ese escenario solemos asumir toda la carga de frustración y amargura de lo que pudo ser y ya no podrá ser jamás. Un buen ejemplo de esta lógica emocional, tan común en parte de la cultura occidental, sería la famosa CARTA DE UNA DESCONOCIDA de Stefan Zweig. En ella, el lector, como destinatario virtual de esa carta, sólo puede obtener una lectura de dolor y pérdida. Es por esto que la tarea de trasladar al espectador distante que el sentimiento de que un amor así puede y debe ser valorado en positivo como parte esencial de nuestras propias vidas resulta un logro tan valioso.

 Para explicar esto un poco mejor, vamos a echar mano de otra gran obra, Me estoy refiriendo a AFTERLIFE de Koreeda. En este caso nuestro protagonista acaba de fallecer y se encuentra con un comité de bienvenida al otro mundo que le invita a seleccionar el momento más valioso de su vida para después residir en él eternamente. Aquí nuestro chico no es capaz de encontrar “su momento” y toda la película gira en torno al descubrimiento de un amor que pasó inadvertido, para luego fabricarlo literalmente ante nuestros ojos. La propuesta de Koreeda es capaz de sortear con facilidad ciertos elementos susceptibles de distanciar al espectador poco afín a este tipo de propuestas, porque al plantearlo tras la muerte ya no nos dejará otra alternativa que la de ponernos a escarbar en el pasado para dar por bueno cualquier feliz hallazgo. Iwai también explora en LOVE LETTER el amor desde la frontera de la vida y de la muerte, pero planteando la perspectiva contraria, la de dar forma a los recuerdos de un amor que ya falleció para instalarlo en la memoria de los vivos. El objetivo se cumple y además lo hace dejando un sentimiento de calidez que logra permanecer anclado en el corazón de los espectadores mucho después de que acabe la película.  

 Shunji Iwaii es uno de los grandes profetas de la cinematografía japonesa contemporánea y lo más sorprendente es que logró alcanzar ese estatus con su primer largometraje, que es precisamente nuestro LOVE LETTER.  Estamos ante un creador que sabe cómo utilizar ese lenguaje indirecto tan propio de Japón y revestirlo de un enorme lirismo sin parecer pretencioso ni resultar demasiado críptico. Su mirada huye de los grandes giros dramáticos o del fácil recurso de promover la empatía con sus personajes para moverse con elegancia en escenarios de naturaleza evocadora y simbólica que acabarán por impactar en nuestras emociones más profundas. En LOVE LETTER aceptamos algo tan particularmente inverosímil como que las dos protagonistas principales sean físicamente idénticas (ambas interpretadas por Miho Nakayama) para mostrarnos diferentes caras de una misma realidad, la de la persona que descubre y se construye sobre unos hechos del pasado que pasaron inadvertidos, y la de quien necesita reescribir de nuevo sus recuerdos para poder seguir avanzando dentro de su propia existencia. 

Como punto final, decir que el director nos sorprendió en 2020 con la llegada de “LAST LETTER”, en la que nos reencontramos con parte del elenco de su afamada ópera prima. Formalmente no estaríamos ante una secuela porque aquí encarnan nuevos personajes dentro una historia distinta, pero igualmente la intención es la de ahondar un poco más en las mismas emociones y partiendo de las mismas premisas. En esta ocasión el abanico se abre para ofrecer nuevas perspectivas. Abarca más pero aprieta menos. Esta revisión de su propia obra no logra aportar nada nuevo, y los innecesarios y constantes subrayados emocionales dejan una impresión bastante redundante. Con todo, mantiene su carga poética y sigue valiendo la pena. 


INITIATION LOVE (2015)


Suzuki (Shota Matsuda) es un graduado universitario que está buscando empleo cuando conoce a Mayu (Atsuko Maeda) en una cita a ciegas. Comienzan a salir y la relación prospera. Todo se complica cuando Suzuki se traslada a Tokio por motivos de trabajo y la pareja se ve forzada a comenzar una relación a larga distancia.


 Para empezar a desgranar las virtudes de esta obra, que son muchas, hay que señalar de inicio el gran acierto que supone la ambientación de la historia en los años 80. Por un lado, nos está proporcionando un envoltorio “vintage” que resulta de gran atractivo estético y por el otro nos ofrece en todo momento la credibilidad necesaria para evitar cualquier cuestionamiento argumental. El siguiente acierto tiene que ver con el uso del tiempo. Los márgenes temporales que se abarcan y se manejan dentro de la obra aparecerán cronometrados paso por paso y son parte esencial de la propia historia. Llegados a este punto conviene señalar que, si bien buena parte de los relatos amorosos que solemos encontrar se estarían centrando básicamente en la fase del romance, nuestra INITIATION LOVE apuesta por mostrar una radiografía de los sentimientos bastante más amplia, que estaría a medio camino entre el tutorial para novatos y el aviso a navegantes. De hecho, la historia arranca antes de que el amor se insinúe, para explorar posibles expectativas y motivaciones a la hora de buscar pareja. También es curiosa la mirada sobre los roles femenino y masculino, que beben de las tradiciones culturales japonesas sin dejar de visitar ciertos lugares comunes.  En este punto toca resaltar como la película se está haciendo cómplice ya desde el primer minuto con el espectador, que asume la belleza como arma de seducción indispensable y factor desencadenante del romance. Lo que sigue es atestiguar un amor que florece y se consolida para centrarnos luego en el principal motivo narrativo, que sería el de mostrarnos cómo la relación se tambalea y amenaza con su derrumbe. Para el espectador ávido de romance podría parecer un poco desesperanzador, pero tampoco nos echemos las manos a la cabeza porque la intención no será la de escarbar en la desgracia, sino la de mostrarnos las diferentes trastiendas y miserias que se ocultan en situaciones como ésta. Para ello, nos moveremos siguiendo una sucesión de acontecimientos que irán oscilando entre el romance y el suspense. Disfrutemos pues de la inagotable capacidad humana para transformar sus historias de amor en novelas de intriga. Todo lo planteado hasta el momento podría sonar un poco frívolo, pero en realidad la obra se estaría tomando en todo momento a sus personajes en serio. Estamos ante una perspectiva madura que nos invita a asumir que las relaciones de pareja no son cuentos de hadas y simplemente es un hecho que gran parte de las historias de amor de este mundo tienen un principio pero también un final.  

Toda la historia está perfectamente hilada y logra atraparnos mientras juega con el subconsciente colectivo del espectador hasta que por fin llegamos al momento del “desenlace inesperado”. Es aquí donde alcanza su gran momento de gloria.  Agradecí en ese instante no haber visto el tráiler previamente porque es un puro spoiler y me hubiera arruinado la experiencia por completo. Por eso mismo el que elegí mostrar aquí es la versión sin subtítulos (si alguien domina el japonés también se lo puede ahorrar). Lo que se muestra será más que suficiente para saborear el ambiente general de la película, echar un ojo al guapísimo Shota Matsuda y a la angelical Atsuko Maeda, y de paso ver cómo se recrean con la cara que se les queda a los espectadores al final de la película. Personalmente me reconfortó bastante saber que no había sido la única. 



MY TOMORROW, YOUR YESTERDAY (2016)



Takatoshi (Sota Fukushi) es un estudiante de Arte en la Universidad de Kyoto.  Un día descubre a Emi (Nana Komatsu ) en el tren hacia la escuela y se enamora de ella a primera vista. Superando su natural timidez, consigue presentarse a la chica y ambos quedan para volverse a ver. La relación avanza llenando de felicidad a Takatoshi. Sin embargo, Emi parece triste.

Estamos ante otra de esas propuestas que es seña de identidad dentro de la filmografía japonesa, la del romance juvenil, al que en esta ocasión se le añade un componente de fantasía. Las historias de realismo mágico son habituales por toda Asia (siento curiosidad por saber quién sería el primero en ponerlas de moda), sin embargo, desde cada cultura se suelen abordar con una sensibilidad diferente. En el caso de MY TOMORROW YOUR YESTERDAY estamos ante elementos bastante comunes dentro de este subgénero y la película sabe cómo usarlos en su favor a la hora de generar fascinación en el espectador al tiempo que huye de sus particulares servidumbres. En este caso, nuestros protagonistas han cumplido ya los 20 años. Esto significa la mayoría de edad legal en Japón, una edad a partir de la cual serán reconocidos como adultos. Estamos ante una pareja que está viviendo su primer amor con la ilusión y la ingenuidad de la adolescencia pero que sigue un patrón de comportamiento que se aleja bastante de las perspectivas un tanto infantiles de otras obras. Desde este punto, nos ofrecerán la oportunidad de soñar con ese idílico sentimiento del enamoramiento a primera vista y plantear una clásica historia de amor predestinado que estaría siguiendo la eterna estela de la leyenda de los amantes del hilo rojo. 

Ahondando un poco más en la propuesta, nos encontramos el componente mágico de la obra. El espectador promedio ha llegado hasta aquí después de ver de todo y no parece tarea fácil sorprenderle, sin embargo, el planteamiento resulta bastante imaginativo y sobre todo interesante. Lejos de las frivolidades que plantean otras obras, asumir la premisa no será tarea fácil y necesitaremos que la historia avance para permitirnos adquirir la perspectiva al completo de los dos personajes. No es hasta el final que logramos interiorizarla adecuadamente. Es por esto que de esta película se suele decir que hay que verla dos veces y que la segunda es la que más se disfruta. Con todo esto a favor, estamos ante una historia que se interna en un escenario esencialmente trágico para la cultura japonesa, el de dos amantes que no pueden compartir recuerdos y es verdad que duele mucho. Pero antes de concluir que tal vez sería mejor descartarla para ahorrarse tanta tristeza, debemos saber que uno de los talentos naturales de la ficción nipona es el de saber mostrar belleza donde hay tragedia. El resultado final es profundamente emotivo con cierto sentido de plenitud. Simplemente agradeces haberla visto. Siguiendo esta línea podríamos concluir diciendo que la obra invita a atesorar los momentos compartidos con nuestros seres queridos, pero en realidad sugiere algo más que eso. Y es que cada emoción y cada realidad humana se están significando por su ausencia. Pudimos sentir la alegría porque existía la tristeza y sentimos el amor porque antes faltaba o porque después se desvanece. Lo cierto es que buena parte de los romances de ficción que solemos ver, son como carreras de obstáculos que los amantes han de sortear para que su amor se consolide. Una vez alcanzamos la meta, se baja el telón dejando a los espectadores imaginar que permanecerán igual de enamorados para siempre, pero la realidad es que si pudiéramos permanecer en esa escena, veríamos como todo va perdiendo su sabor y los sentimientos palidecen.  El amor sólo sobrevive cuando se transforma y se aleja de lo que fue en origen. Al final, el único amor que logra permanecer inmutable es el que se pierde. Por esa razón resulta tan valioso construir recuerdos. Una última reflexión al hilo de todo lo planteado hasta ahora. ¿Comenzaríamos un amor sabiendo que lo acabaremos perdiendo? Eso mismo se pregunta el protagonista.



LA MAISON DE HIMIKO (2005)



Saori es una joven de 24 años que lucha por labrarse su futuro años después de que su padre, Himiko, la abandonase a ella y a su madre. Tres años después de fallecer la madre y en medio de las dificultades económicas en las que se encuentra, recibe la inesperada visita de Haruhiko, un joven que se presenta ante ella como el amante de su padre. El chico viene a ofrecerle un sitio como cuidadora dentro de la Maison de Himiko, un hogar para ancianos homosexuales fundado por el padre de la chica y en donde el hombre descansa en sus últimos días enfrentado a una enfermedad terminal.  En medio de los sentimientos de rencor fruto de su abandono y sin mayor interés que el de solventar sus dificultades económicas, Saori acabará por aceptar la propuesta.

Antes de nada, estamos ante una obra que aborda una temática de naturaleza tan sensible como es la de las diferentes opciones de orientación sexual. Ésta es una obra japonesa y por tanto lo hará desde su propia lógica cultural. Por todo esto, convendría matizar que la visión sobre la homosexualidad (en este caso masculina), que se maneja en Japón tiende a ser un poco diferente de la más común en Occidente y se vincularía más a los roles de género (“hombres con alma de mujer”), que al hecho objetivo de tener a alguien del mismo sexo como objeto de deseo. Ahondando un poco más en ello podríamos añadir que seguramente la perspectiva sobre la homosexualidad tal y como la entendemos en Occidente (y por extensión la de la homofobia) está íntimamente ligada a la moral cristiana. Japón no es un país cristiano y las tradiciones budistas y shintoistas jamás condenaron las relaciones amorosas entre iguales. Numerosos relatos desde la antigüedad atestiguan este hecho como habitual dentro de ciertos colectivos masculinos y fueron relatados por escritores de distintas épocas de manera idealizada. No es hasta el comienzo de la Era Meiji (1868-1912) que llega a Japón la novedosa idea de que tales prácticas resultaban inaceptables. En este momento se asume la nueva perspectiva mediante una lógica aglutinante, es decir, las nuevas ideas no van a reemplazar a las de origen, sino que se suman a la perspectiva ya existente. Los espectadores más despistados suelen extrañarse de que una sociedad en apariencia poco acogedora con la comunidad LGTB, resulte luego tan generosa en la creación y promoción de todo tipo de obras en las que el amor triunfa entre personajes del mismo sexo. Son obras que llenan cines o se retransmiten por TV en prime time, triunfando entre el público generalista a base de idealizar una lógica sentimental que siguiendo la estela de los relatos del pasado, narran el romance entre hombres como la forma de amor más puro. Como espectadores de los típicos Yaoi y BL, nos sentimos tan deslumbrados por ese torrente de sentimientos destinados a sublimar el amor que rara vez caemos en la cuenta de que los personajes jamás se significan o se reivindican a sí mismos como homosexuales dentro de la obra. 

Dicho esto, no se trata de afirmar que a todos los japoneses les fascine la perspectiva del romance entre personas del mismo sexo. A unos les gustará mucho y a otros poco. Lo que se estaría describiendo es un escenario cultural común que todos pueden entender como favorable. Haciendo una traslación a la vida real, conviene aclarar que la sexualidad tampoco es algo que la sociedad japonesa entienda como algo procedente de exponer en público. Incluso las habituales relaciones de noviazgo se mantienen de manera discreta y es habitual que los padres se enteren de que los hijos tienen pareja poco antes de formalizar el matrimonio. De alguna manera, todos dentro del Japón real y auténtico vivirían sus vidas dentro del armario, sea cual fuere su orientación sexual, y de esta forma, aquellos que optan por opciones menos “normativas”, lograrían sortear ciertos inconvenientes y discriminaciones que por exposición ante los demás son más habituales dentro de otras culturas. Es el momento de abordar la realidad contraria, que es en la que se encuentra nuestra “Maison de Himiko” y que se explica por contraste con lo anterior. Y es que, si bien tradicionalmente se daría por bueno lo de compartir algo más que amistad con el chico de turno, no sería menos cierto que esos hombres siempre se casaban con mujeres y seguían estrictamente los roles de género que tenían asignados socialmente a un nivel tanto formal como aparente. Japón representa a una sociedad colectivista de naturaleza esencialmente jerárquica y patriarcal en la que hombres y mujeres muestran una imagen distinta y cumplen diferentes funciones. La transgresión de estas normas nunca fue bien tolerada y cuando Japón asume desde el exterior el concepto de la homofobia es aquí hacia donde lo deriva. Por tanto, el objeto principal de rechazo lo van a encarnar hombres que de alguna manera no están asumiendo ese rol de género que la sociedad exige, ni se adaptan a las funciones requeridas dentro de la estructura de jerarquía básica que Japón entiende como “familia”. Desafortunadamente, ésta es una evidencia que no suele ser tan fácil de esconder a los ojos de los demás. Estos “hombres con alma de mujer”, acostumbran a ser representados ante el público con maquillajes estridentes, vestidos al estilo femenino y comportándose de manera excéntrica. 

 Siendo honestos, “Maison de Himiko” tiene ya unos cuantos años y en algún aspecto no ha envejecido bien. Tenemos que reconocer que en los últimos tiempos se ha avanzado bastante en este sentido e incluso hemos disfrutado con personajes transgénero tan geniales como los de Ikuta Toma en “Close-Knit” (2017), Shison Jun en “Life as a girl” (2018) o el más reciente de Aya Ashina (nuestra Kuina de “Alice in Borderland” en 2020), que han ejercido una labor casi didáctica la hora de poner en valor al colectivo Trans. 
 
MAISON DE HIMIKO planteaba la denuncia social contra la discriminación de su propio colectivo con la perspectiva del 2005. Desde entonces, algunas cosas han cambiado. Con todo, y aunque cada vez se vaya viendo menos, seguimos encontrando en los programas de entretenimiento al típico comediante que se representa a sí mismo como homosexual en base a estereotipos femeninos exagerados de forma grosera y arrancando con ello las risas del público. La explicación fue larga, pero hacía falta matizar todo esto para asimilar el contexto en el que nos movemos dentro de “Maison de Himiko” cuando nos encontramos  a un grupo de señores mayores maquillados compartiendo una residencia en la que pasar sus últimos días de vida para evitar el rechazo de sus propias familias. 

Reconozco que al principio de la película todo esto me generó cierta incomodidad. Simplemente me parecía estúpido ese empeño en representar al colectivo homosexual a la manera de hombres “disfrazados” de señoras. En el transcurso del film, mientras se va desgranando la triste realidad y la profunda humanidad de estas personas, me di cuenta de mi error. Probablemente la película sólo pretendía utilizar un lenguaje común dentro de su cultura para que todos lo entendieran, sin embargo y pese a la distancia, todos podemos hacernos la misma pregunta: ¿por qué razón nos debería incomodar el aspecto de estas personas?. La respuesta es clara: no hay ninguna razón válida. De hecho, es perfecto que cada uno se vista y se maquille de la manera que le haga sentir más a gusto dentro de sus propios cuerpos y de sus propias vidas. Es una decisión personal que no involucra a nadie más y por tanto no habría desde el inicio ninguna justificación para que otros pudieran sentir incomodidad más allá de sus propios prejuicios. El error de los comediantes que salen por TV vestidos de mujeres no está en su apariencia, está en que lo utilicen como mofa y que el público se ría. Ojalá veamos llegar el día en el que tengan que abandonar el escenario porque simplemente a nadie le haga gracia. 

Vayamos ahora con los protagonistas que en esta ocasión están vinculados por un mismo personaje: el amante de él y el padre de ella. Ambos se tienen que enfrentar a la muerte de ese ser tan esencial en sus vidas y como no puede ser de otra manera lo harán desde perspectivas radicalmente distintas. Este hecho también nos permite reflexionar sobre lo que consideramos como buenas o malas personas. Desde la perspectiva occidental se tiende a pensar en la bondad y la maldad como cualidades intrínsecas al ser humano, mientras que en culturas de alto contexto como la japonesa el foco se pone en factores externos que actúan de manera positiva o negativa sobre la condición humana. Aquí estamos viendo cómo una misma persona en diferentes contextos encarna la desgracia de unos y la alegría de otros. El punto más interesante se plantea cuando a nuestros dos protagonistas nos los vincula además por una relación de causa-efecto. Obviamente nuestro joven protagonista sólo pudo compartir su vida con el ser amado porque antes ese hombre abandonó a su familia. A partir de este escenario tan extremo, nos llevarán al más común de todos los lugares y es a generar una tensión romántica con la típica pareja chico-chica. Suena forzado, pero a lo largo de la película resulta creíble. Al fin y al cabo, ya sabemos que el roce hace el cariño.

Y aquí llegamos a otro de los planteamientos interesantes de la película, al encontrarnos como se sirven de toda la escena BL que en público ya traía de casa perfectamente interiorizada (aunque tampoco es imprescindible), para generar expectativas. Estamos viendo a un guapísimo protagonista masculino que contrasta con otros personajes al seguir perfectamente los roles propios de su género, y puesto que muchas veces antes le estuvimos dando credibilidad al relato del chico de turno heterosexual que acababa cayendo enamorado de otro hombre, nos veremos en la tentación de esperar que al revés también funcione.  ¿Triunfará finalmente el amor entre el chico “cool” y la chica temperamental pero honesta? Para saberlo hay que ver la película.



VIBRATOR (2003)



Rei (Shinobu Terashima) es una escritora freelance atormentada por voces que escucha en su cabeza recordandole todas las expectativas que no puede cumplir. Para huir de ellas recurre al alcohol cada día. Una noche acude a un 24 horas para comprar bebida y se encuentra con un camionero llamado Takatoshi (Nao Omori) que ha parado a comprar comida. La imagen del hombre genera en Rei una atracción irresistible que la empuja a salir corriendo a su encuentro.
 

Esencialmente, VIBRATOR es una road movie en la que los acontecimientos discurren más en el interior que fuera de sus personajes. En lugar de como obra de género podríamos describirla como una obra de autor, en la que la dirección de Ryuichi Hiroki brilla mostrando magistralmente como la realidad social entra en conflicto con la condición humana. Ya han pasado casi 20 años desde la aparición de esta película y desde la distancia podemos apreciar como no solo no ha acusado el paso del tiempo, sino que ha ganado vigencia. Una vez más, toda la trama estaría reflejando realidades propias de la sociedad japonesa pero Hiroki consigue pulsar las teclas adecuadas para abordar lo universal. Dejaremos en el aire la posibilidad de que lo que nos encontramos aquí, simplemente iba en aquel momento por delante de nuestras propias realidades. En distinta medida, todos tendemos a definirnos mediante construcciones sociales cada vez más alejadas de nuestra propia naturaleza. A pesar de que no se estén manejando conceptos formalmente ajenos, la tarea de abordar esa perspectiva social en la que se mueve la película resulta procedente para comprender a los personajes. En este punto necesitamos recordar una vez más que Japón se significa como una sociedad de identidad colectivista, en la que se tiende a anteponer la armonía de grupo a los intereses y deseos particulares. Los individuos que no encajan suelen quedar excluidos. La exclusión siempre es dolorosa, pero en nuestras sociedades individualistas todavía tenemos la oportunidad de encontrar cierta satisfacción bajo la perspectiva de vernos diferentes o alternativos a la corriente principal y desde ahí salir en busca de nuestro propio nido de afines. Las sociedades de carácter colectivista son por el contrario entidades únicas en las que el propio individuo se identifica a sí mismo por su pertenencia al grupo. En este contexto, la exclusión equivale a dejar de existir en el mundo y por extensión conduce a la destrucción del propio individuo.

Vale la pena recordar en este momento esa maravillosa obra llamada A SILENT VOICE (KOE NO KATACHI). Esta película se encuadra en el periodo de la adolescencia, tiempo extremadamente sensible en el que las tareas normativas de socialización están aún construyéndose, y nos muestra cómo conviven realidades de rechazo directo más propias de la infancia, junto a procesos de exclusión social internos y externos que remiten a la vida adulta. Esta última realidad se explica aquí mediante una imagen tremendamente reveladora y que probablemente todos seguimos guardando en la memoria.

 VIBRATOR nos cuenta como Rei percibió durante mucho tiempo el rechazo en las miradas de la gente. Hasta que dejó de soportarlas. Las voces en su cabeza surgen porque no puede escuchar el sonido de otras voces de fuera y busca de manera desesperada el tacto de otro ser humano para poder sentirse viva. La ingesta de alcohol descontrolada o los desórdenes alimenticios son estrategias de compensación con las que trata de gestionar un imposible. Los sentimientos que la invaden cuando ve por primera vez a Takatoshi (“que rico está”, “quiero comerlo”), siguen los mismos patrones de pensamiento, en un intento de saciar mediante ingesta toda la desesperación que la consume. Rei es en definitiva un ser humano encaminado de manera inexorable hacia su autodestrucción. El encuentro entre Rei y Takatoshi nos muestra al fin cómo el amor no siempre se presenta en un alarde sentimientos o a través de una sucesión de acontecimientos idílicos.  A veces es la oportunidad de encontrar a alguien que cerrará nuestras heridas lo suficiente como para permitirnos seguir viviendo.  Ese lugar que Takatoshi le da a Rei al reconocerla como ser humano, sus simples miradas, sus palabras, sus caricias, nos muestran lo que en esencia es el amor.

 Es el momento de hablar de Takatoshi, porque también él tiene mucho que decir como  individuo dentro del colectivo, al que probablemente sus solitarias rutas por carretera lo hayan dejado lo suficientemente solo como para permitir la entrada de una extraña. En él estamos viendo las dinámicas clásicas de construcción social junto a los muros de contención que en un primer momento levanta por miedo a ser invadido por Rei. Nadie espera que sea un tipo extraordinario y sin embargo parece sentirse obligado a mostrarse a sí mismo como si lo fuera. Salen a relucir algunos típicos roles de género en lo que se supone que significa ser un hombre y otros que muestran cómo nos disfrazamos y creamos nuestros propios personajes para interactuar y ser valorados por los demás. Nos esforzamos tanto en parecer geniales ante los otros que corremos el riesgo de perder nuestra propia identidad. Rei, que arrastra su vulnerabilidad por el mundo, desprovista ya de todo artificio, le da la oportunidad a Takatoshi de quitarse la máscara para reconocerse como quien realmente es. Ambos nos invitan a pensar que cada ser humano es valioso por el simple hecho de existir.

Para concluir, vamos a hacerle un merecido homenaje a los tres protagonistas de la obra. Para empezar,  Shinobu Terahima y Nao Omori trasladan lo que conocemos como capacidad interpretativa a una nueva dimensión. Simplemente acabas la película sin ser capaz de concebir que no sean personas reales. El tercero es nuestro maestro de ceremonias, el director Ryuichi Hiroki, que nos muestra aquí un gran ejemplo de su particular talento narrativo a la hora de de construir imágenes en el subconsciente del espectador para situarlo frente al espejo. La distancia que recorre la chica que necesita llevar el teléfono en modo vibración a la altura del corazón para sentir que sigue viva, hasta a la cabina del camión con el motor encendido que da calor y cobijo a la intimidad de nuestros personajes, es de los que no se olvidan. Desafortunadamente, el director se ha ido ocupando en los últimos años principalmente en adaptaciones Live Action para el público generalista en lugar de regalarnos su propia mirada. Y no es que haya nada de malo en los trabajos de corte más comercial, pero hay muchos que se desempeñan estupendamente bien en esta tarea y lo echamos en falta.






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