REVIEW: Arashi ga oka (Cumbres Borracosas) (1988) By: Don Fernando DeMontre

Toca crítica de cintas y vamos con una que llega desde Japón y desde allí escribe el siempre genial Don Fernando DeMontre con su peculiar forma de ver el cine como bien demuestra en su blog "Piniculas que veo durante".

En este caso nos trasladamos a 1988 para leer un poco sobre el film "Arashi ga oka (Wuthering Heights)", también conocida como "Cumbres Borracosas" de Yoshishige Yoshida, nominada a la Palma de Oro en Cannes ese año y basada en la novela de Emily Brontë, pero también enfocado a los cuentos tradicionales japoneses sobre fantasmas, Yoshida ambienta "Cumbres borrascosas" alejándose así un poco de la obra original y nos sitúa en el Japón medieval dibujando un mundo en el que dominan la violencia, el incesto y la necrofilia.

El romance gótico de Emily Brontë se traslada al Japón feudal para una versión poderosamente cruda y elemental de la historia. Los exuberantes páramos ingleses son reemplazados por un duro entorno montañoso casi lunar en su desolación. Allí, el huérfano de ojos salvajes Onimaru (Yusaku Matsuda) se venga cruelmente del clan Yamabe después de que la tradición familiar lo obliga a separarse de su amante, Kinu (Yuko Tanaka). El director Yoshishige Yoshida evoca un mundo salvaje de paisajes expresionistas, sangre derramada y espíritus demoníacos para una narración que se acerca al horror primigenio

El género de las adaptaciones de novelas de la Inglaterra victoriana es de las cosas que más bajón me da en la vida, pero una adaptación japonesa de "Cumbres borrascosas" protagonizada por Yuusaku Matsuda y Yuko Tanaka es de visión obligada para mí. Yoshishige Yoshida, su director y guionista, cambia la Inglaterra victoriana por el Japón de la era Kamakura (más o menos por el siglo XII). Y para la puesta en escena, opta por un falso realismo mezclado con un progresivo aire de kabuki, que de un comienzo en el que atufa a una sofisticación puramente estética para impresionar en festivales extranjeros (de hecho optó a la palma de oro en Cannes), poco a poco el género invade para bien el comportamiento de los personajes, solemnes y majestuosos unos, mezquinos y ruines otros, pasionales todos; invade también la planificación del film, donde, igual que en el teatro, los personajes parecen que abandonan el plano caminando por lo que se llama "hanamichi", que es ese camino que hace también de escenario que pasa por el patio de butacas -El "hanamichi" suele usarse en el comienzo y fin de escenas o actos para añadir tensión en el que tal o cual personaje llega a escena o se dirige a una batalla o lucha, que transcurrirá en off o en la siguiente escena con diferente decorado-; invade también el dinamismo de la película, porque son dos horas que parecen cuatro, como una obra de kabuki de verdad; invade también la propia caracterización de los personajes, sobre todo en el de Yuusaku Matsuda, que como el nombre de su personaje, Onimaru, se va conviertiendo progresivamente en un demonio lleno de ira, rencor y locura por amor, y su cara va mostrando progresivamente un maquillaje más marcado a lo largo de los años de la historia, y pasa de una sombra de ojos negra a esas líneas rojas en la cara y esa mirada bizca de los personajes endemoniados típicos de este teatro. Yuusaku Matsuda, aparte de todo esto, está excepcional. Merece verse solo por la escena en la que destapa el ataúd de su amada y encuentra su cuerpo corrompido por los gusanos con su consiguiente reacción de pánico y asco, con esos ojos desorbitados y los puños apretados del miedo. No había visto cosa semejante en su filmografía. Pero que me perdone el mito, la que se lleva la peli de calle es Yuko Tanaka, que está maravillosa, además de guapísima, guapa de enamorarse.

La peli se hace dura de ver, necesita de sus pausas, de un cafelito bien cargado, pero es tan compleja, tan profunda, tiene tanto detalle y los actores están tan bien, que es de visión obligada. Y qué ganas de volver al kabuki, oye.

TRAILER

 



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